Por María Leonor Cubillos Sierra, Terapeuta Ocupacional Infantil, Hospital Clínico de la Universidad de Antofagasta
La epigenética nos invita a considerar que, con aquellas decisiones diarias sostenidas en el tiempo, tenemos la posibilidad de modificar la expresión de nuestro ADN. Paralelamente, en la primera infancia podemos moldear nuestro desarrollo cerebral, con cada enlace sináptico creado mediante las experiencias adquiridas se construye una red dinámica y única que configura nuestra identidad, por ende, importa cómo coordinamos nuestra forma de estar en el mundo para construir quiénes somos.
Actualmente, existe suficiente evidencia científica sobre lo dañino de la exposición temprana a pantallas para los más pequeños. Se ha estudiado la correlación entre mayor uso de pantallas con dificultades en el desarrollo de habilidades esenciales para la vida, tales como: focalizar la atención, memoria, control de impulsos, la regulación de las emociones, el pensamiento creativo y la flexibilidad al cambio. Otras investigaciones añaden: trastornos del sueño, oculares, auditivos, obesidad y dificultades psicoemocionales. Incluso, los famosos diseñadores de Apple y Microsoft Windows declararon mantener a sus hijos alejados de la industria, tras saber y vivenciar las consecuencias del mundo digital.
Para contrarrestar esa realidad, la Academia Americana de Pediatría brinda recomendaciones que me parece pertinente difundir en esta columna: evite el uso de pantallas en menores de 2 años, de 2 a 5 años utilizar no más allá de una hora diaria y siempre en compañía de un adulto involucrado, evite contenido violento, acelerado y/o con elementos distractores, mantenga distancia y apague los dispositivos cuando no se encuentren en uso, desactive la opción de reproducción automática, evite el uso de pantallas en instancias de alimentación, compartir social y al menos una hora antes de acostarse. Al establecer límites encontrar alternativas y acompañar hacia la calma.
El Centro para el Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard (EE.UU) declara que “antes de los tres años habremos transitado una etapa irrepetible, más de un millón de sinapsis por cada segundo”. Tenemos una maravillosa ventana de oportunidad que estamos desaprovechando con los niños.
En los primeros años de vida se necesita de la exploración mediante el juego y la interacción social con cuidadores receptivos y atingentes a sus necesidades. De esa forma se fomenta el desarrollo de habilidades sensoriales, cognitivas, de lenguaje, de psicomotricidad, afectivas y socioemocionales. Los niños no cuestionan cómo les mostramos el mundo, creen nuestras acciones, miradas y palabras.
En conclusión, es nuestra responsabilidad como adultos acompañar con cariño, enseñar, alimentar y proteger, promoviendo su bienestar integral, es ahora el momento de darles tiempo, brindarles atención plena, de abrazarlos y que graben en su memoria implícita lo valiosos que son, de incentivarlos desde un “tú puedes”, de explorar con alegría y nutrir su curiosidad, de poner límites en su cuidado, de acompañarlos a transitar por sus miedos y frustraciones. Si somos más conscientes de nuestro rol educativo también tendremos mejores decisiones para apoyar el desarrollo de quiénes nos aman genuinamente, se lo debemos en reciprocidad.